
De pequeña, cuando jugaba en los columpios, siempre me caía; pero me levantaba y me volvía a subir y volvía a caerme una y otra vez. Para mi los columpios eran gigantes de idas y venidas. Balanceos que tú dirigías, balanceos que parabas cuando ya no querías más. El columpio te daba libertad, miedo al principio, pero sabías que volvías al mismo sitio, te sentías libre y protegida a la vez. Ahora, de mayor te balanceas con más fuerza y sin miedo, pero las caídas son más dolorosas.
En el poema de Favio Morabito sobre los columpios, se emplea la metonimia del columpio como parte de la infancia y la analogía del paréntesis por la forma en que un niño se ve colocado entre las cadenas del columpio en el que se balancea…
Los columpios no son noticia,
son simples como un hueso
o como un horizonte,
funcionan con un cuerpo
y su manutención estriba
en una mano de pintura
cada tanto,
cada generación los pinta
de un color distinto
(para realzar su infancia)
pero los deja como son, no se investigan nuevas formas
de columpios,
no hay competencias de columpios,
no se dan clases de columpio,
nadie se roba los columpios,
la radio no transmite rechinidos
de columpios,
cada generación los pinta
de un color distinto
para acordarse de ellos,
ellos que inician a los niños
en los paréntesis,
en la melancolía,
en la inutilidad de los esfuerzos
para ser distintos,
donde los niños queman
sus reservas de imposible,
sus últimas metamorfosis,
hasta que un día, sin una gota
de humedad, se bajan
del columpio
hacia sí mismos,
hacia su nombre propio
y verdadero,
hacia su muerte todavía lejana.
FABIO MORÁBITO